lunes, 21 de octubre de 2013

Escalones

Qué altivos podemos llegar a ser a veces. Nos caemos en según que pozos y pensamos... ¡Hostia puta, por qué me habrá tenido que pasar a mi ésto! Y nos engañamos, creyéndonos los más desgraciaitos del mundo, y nos autoinculpamos, y le damos las vueltas que haga falta a la tortilla, que ya eso no es tortilla ni es ná. Nos regocijamos ahí en nuestro dolor, nos compadecemos de nosotros mismos, que por cierto, no hay cosa más triste que esa, y no nos damos cuenta de que de especiales nada, de que no estamos abriendo sendero ninguno por descubrir, de que nuestros pasos ya los dieron otros antes y que basicamente nos toca seguir el rastro de miguitas... Y luego caes en la cuenta y dices: qué imbécil soy, que me creía yo el más desgraciaito del mundo, y sólo soy uno más de tantos. Y entoncés pruebas a confiar en lo que esos otros tantos te dicen y te aconsejan, y de repente sales de tu dolor, y te desprendes del papel de protagonismo absurdo en el que estabas y te empiezas a preocupar por los demás, y entonces te miras a los ojos, pero no a los de la cara, sino a los del alma, a esos que te están ahora juzgando de mala manera, los cabritos, y te dices: vaya tela lo que es la vida, que ésto resulta que es un escalón más, y yo aquí sin enterarme de que todo dios ha pasado por lo mismo y yo en mi pompa. Y de repente y para siempre, otra dimensión de la vida se te hace perceptible, y ya el mundo se te hace menos grande y más conquistable. Y te serenas. Y todo cambia.

jueves, 17 de octubre de 2013

Cumpleaños

Se aproxima mi cumpleaños. Mi 25 cumpleaños para ser más exactos. Normalmente, cuando se acerca esta fecha, la de soplar velas, recibir felicitaciones y todo el rollo, me da por echar cuentas, por sacar conclusiones. Te pones a pensar en lo bueno y lo malo del año que dejas atrás: metas superadas, metas no superadas, encasquetadas como balas de un torpe revólver.

Supongo que todos hacen lo mismo, esta especie de “examen de conciencia”, por decirlo de alguna forma, aunque, no creo que esté tan mal elegida esa palabra: Conciencia. Creo que ahí está la clave de una cuestión muy importante porque, ¿no tenéis la sensación de que nos estamos dedicando simplemente a existir? A ocupar nuestro tiempo sin más, sin llegar a tener conciencia de lo que realmente estamos viviendo, sin saborear lo que nos pasa. Vamos como locos por la vida, o mejor dicho, por nuestra insípida existencia, y optamos por esa “forma de vida” en la que prima el bloqueo emocional. Un bloqueo que perfectamente podría llevar por eslogan aquello de: “ni siento ni padezco”. Y así nos quedamos, tan panchos, dejando que se nos escurra entre los dedos la esencia de las cosas, siendo unos cagados emocionales.
Es comprensible que las experiencias vitales puedan dar miedo, y cuando el lomo te duele de tantos palos, optes por ese bloqueo: duermo, como, hablo, bailo pero…no lo saboreo, ni lo vivo. No lo siento.  Pero eso no es vida ¡hombre! La vida tiene que saber, aunque a veces sepa a rayos, aunque otras tantas sea agria pero, otras… otras es la hostia, lo más exquisito que puedas probar, y son estas últimas por las que merece la pena exponerse, desbloquearse y ser persona, y no un títere sin emociones.


Así que, en este cuarto de siglo en el que estoy a punto de entrar, mi principal meta será VIVIR. Vivir sintiendo, vivir disfrutando, sufriendo o sudando mi vida. Pero vivirla tal y como quiera, porque mañana serán 25 pero, para cuando nos hayamos dado cuenta serán…no se…muchos, y quiero tener mucho que contar, pero contarlo con el corazón en la boca y con los ojos vivos.  Quiero contar que no fui un borrego más. Contar que tuve una vida, y que yo sí la llevé a cabo.

martes, 1 de octubre de 2013

Instinto

En algún sitio escuchó, o quizá leyó, no lo recuerda bien, que puedes recibir todo el entrenamiento del mundo, pero que el valor no se enseña, que hay que dejarse llevar por el instinto. Y su instinto le decía, o más bien le gritaba, que tenía que conocerlo, se lo ordenaba casi, se lo imploraba. Lo cierto es que ella creía conocerlo ya, al menos a una parte esencial de él. Esa parte que quedaba impregnada en sus palabras, las mismas, que a modo de bálsamo curador, le estaban sujetando el alma con alfileres en estos momentos de su vida.

Fue en un día como cualquier otro. Ella andaba buscando por la red algo medianamente interesante, algo que la distrajera momentaneamente, hasta que el sueño diera alguna señal de vida y sus ojos se desplomaran abatidos. De repente, encontró un texto que hablaba sobre una experiencia que le parecía vivida en sus propias carnes si cabe. Alguien se encontraba relatando historias sobre un viaje mágico, un viaje lleno de amigos nuevos, de ciudades nuevas, de nuevos idiomas... Ella sabía de lo que hablaban, ella había estado allí, y no hacía mucho por cierto, ella había probado de ese néctar de libertad y cosmopolismo...

Rapidamente necesitó saber más sobre esa persona que parecía haberle leido la mente y el alma cuando estuvo escribiendo ese texto.
Desde entonces, no ha parado de conocerlo, de leerlo más bien, pues era su unica forma de conocerlo.
Ella lo intuía, lo percibía. Y lo percibía como un ser tímido e íntegro, con una pizca de chulería que resultaba tremendamente sexi. Fiel a amistades y familia, también a sus parejas, aunque desconocía si la tenía. Inteligente y listo a la par, que no es lo mismo. Nada egoísta, pero sí orgulloso, aunque esto último no sabe en qué medida. Sonaba a alguien cariñoso y hasta se atrevería a decir que muy madrero, aunque independiente. Necesita su espacio y su tiempo. Profundo y sensible, aunque esta faceta se la guardara para él y se liberará de ella a través de sus escritos.  Y finalmente, lo que más le gusta, su estilo. Un estilo propio, que irradia personalidad y originalidad en cantidades industriales. Así es este misterioso personaje que se ha colado en su vida por la puerta de atrás. Y mientras más lo lee, más ansía poder comprobar si está equivocada o no en su juicio.
Y aunque cree en el destino, ve difícil que éste pueda unirlos en algún momento y les regale unos instante de café, humo y conversación. Él es demasiado tímido. Ella, demasiado ilusa.

"Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su realidad". Mario Benedetti.