lunes, 21 de octubre de 2013

Escalones

Qué altivos podemos llegar a ser a veces. Nos caemos en según que pozos y pensamos... ¡Hostia puta, por qué me habrá tenido que pasar a mi ésto! Y nos engañamos, creyéndonos los más desgraciaitos del mundo, y nos autoinculpamos, y le damos las vueltas que haga falta a la tortilla, que ya eso no es tortilla ni es ná. Nos regocijamos ahí en nuestro dolor, nos compadecemos de nosotros mismos, que por cierto, no hay cosa más triste que esa, y no nos damos cuenta de que de especiales nada, de que no estamos abriendo sendero ninguno por descubrir, de que nuestros pasos ya los dieron otros antes y que basicamente nos toca seguir el rastro de miguitas... Y luego caes en la cuenta y dices: qué imbécil soy, que me creía yo el más desgraciaito del mundo, y sólo soy uno más de tantos. Y entoncés pruebas a confiar en lo que esos otros tantos te dicen y te aconsejan, y de repente sales de tu dolor, y te desprendes del papel de protagonismo absurdo en el que estabas y te empiezas a preocupar por los demás, y entonces te miras a los ojos, pero no a los de la cara, sino a los del alma, a esos que te están ahora juzgando de mala manera, los cabritos, y te dices: vaya tela lo que es la vida, que ésto resulta que es un escalón más, y yo aquí sin enterarme de que todo dios ha pasado por lo mismo y yo en mi pompa. Y de repente y para siempre, otra dimensión de la vida se te hace perceptible, y ya el mundo se te hace menos grande y más conquistable. Y te serenas. Y todo cambia.

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