martes, 21 de enero de 2014

Euforia

Hoy estoy que exploto.  Ya lo decía hace unos días: “Hoy, se me sale el corazón por la boca, debe ser que se aproxima nuevo post”. Y no me equivocaba, de hecho, aquí está. 
Hoy es uno de esos días que yo denominaría “eufórico”, y ¿qué es un día eufórico para mí? Pues os lo voy a contar, y espero que sepáis de lo que hablo, porque estos días son muy necesarios de vez en cuando.

Un día eufórico es uno de esos en los que cada poro de mi piel sabe a algo distinto. Y nuevo. Y genial. 
A cosas inenarrables. No sé si habéis tenido alguna vez un día de estos, pero espero que sí porque, son días en los que te sientes jodidamente viva, hasta el punto en que no tienes centímetros cúbicos suficientes de oxigeno en tu organismo para soportarlo.Y te ahogas.Y te aprietan por dentro un cúmulo de cosas que a saber de dónde coño provienen.
Días en lo que no soy nada físico, ni palpable. Como una nebulosa, como una bomba de relojería a punto de estallar. Días con licencia para escupir a la cara al que se atreva a decirte que no. De sueños por cumplir, de subir escalones de ilusión, apretando el culo y sin que haya Dios cristiano que pueda pararte.
Son los momentos en los que más claro tienes lo que quieres o no quieres ser en la vida. Lo que quieres tener o lo que de un plumazo destruirías. Cuando nada te costaría decidirte entre, meterte en una guerra por amor o guardar tus armas y dejar que la dignidad actúe.

Dignidad en el amor. Así, como concepto. Qué hostia le metía a aquél que se atrevió a inventarlo e incluirlo en el alfabeto de cualquier lengua. ¿Quién es nadie para atreverse a definir tal cosa? Cuando para cada cual tiene un significado completamente distinto. Es más, hasta por sexos, cambia radicalmente el significado.
Las mujeres somos muy dadas a encorsetarnos con esta palabreja maligna. Y eso que ninguno de los preceptos que aplicamos a su significado son correctos, pues no aplicamos más que el significado que la Sociedad tiende a darle.

Pues bien, en mis días eufóricos me sobran los cojones para luchar por lo que quiero sin importarme si a los demás les parece digno o no. Sin ensuciar mis instintos con un falso “postureo bien queda” de hacer lo que queráis considerar digno.
Este es un debate muy peligroso, lo sé, pero es el que se me ha presentado últimamente. Cuando quieres algo ¿debes jugar o plantarte? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde luchar? ¿Quién decide cuánto puedes hacer hasta conseguir tus sueños?
Por favor, que vuestra respuesta, sea la que sea, (no soy yo nadie para decidir si correcta, o no), nunca esté marcada con trazas del concepto social de dignidad. La dignidad te la pones tú, o mejor dicho, te la impones tú. Nadie más. Sólo tú decides cuánto luchar por algo o alguien, y cuando rendirte y darte cuenta que no es para ti.

Y por si a alguien se le ha despertado la curiosidad, mi euforia, que es a lo que venía todo este rollo, mi euforia se debe a que, cada vez soy capaz de darme cuenta antes de que algo no es para mí, y además aceptar que así sea. Quién me conoce bien, sabe que cabezona soy para esta vida y para las siguientes 9 reencarnaciones, pero, si algo te va dando la experiencia, es a vivir las mismas situaciones de manera más inteligente cada vez. Y contenta estoy por ello. 
Tengo mucho de lo que disfrutar sin dejar que la incertidumbre me afecte. Voy a hacer lo que me apetezca, os parezca o no digno. Y vosotros haceros un favor y haced lo mismo. Un saludo.